
Este es el cromo que nos sigue faltando. El cromo del que estamos huérfanos. Hijo de la última gran hornada de jugadores de Cádiz que jugaron en el primer equipo. Esa quinta de los Sambruno, Víctor Vía, Víctor García, Sergio Iglesias, Abraham Paz o el mismo, Jesús Velázquez.
Casi niños. Con escasos veinte años y con el peso del cadismo y el escudo en la peor época del Cádiz. En la época de los encierros. Con la espada de la desaparición a punto de caer en la corona ducal, apretaron los dientes y llevaron al equipo a lo más alto de la tabla clasificatoria. Perdonando dinero, porque no se hubieran perdonando a sí mismos. A los más jóvenes, decirles, que ninguno de ellos negoció la pelea. Decirles que lo que hoy en día puso de moda Cervera, fue la última gran filosofía de esa hornada de gaditanos que se negaron ver morir a su club. Amamantados en el fútbol base gaditano, el Cádiz era el último y principal objetivo de estos niños. De Jesús.
No se portaron bien con ellos. Excepto Abraham Paz, aquellos niños que ascendieron al Cádiz y lo llevaron de nuevo a una categoría más digna, fueron desapareciendo por la puerta de atrás. Olvidados por técnicos y dirigentes con pocos escrúpulos y poca identidad.
En la retina nos queda ese lateral derecho, mordiendo a los extremos. Levantándose después de caer. Gaditanos que nunca negociaron la pelea.