Hubo un tiempo, donde cada día de fútbol, un titan de metal pasaba por Carranza, atravesando el estadio de fondo a fondo de manera imponente y majestuosa, lanzando rugidos de arenga a su paso por el partido.
Rugido que se propagaba e impregnaba a cada aficionado con la intuición de que algo iba a ocurrir. Era el rugido del tren del gol, el sonido que a cada golpe de bocina nos inundaba de ilusión y optimismo.
Todo aquel que llenaba los escalones del templo, albergaba la esperanza de que al paso del gigante de hierro, el encuentro daría un giro inesperado y este terminase por decantase a nuestro favor. Hablar de superstición es para tomárselo a risa, en una afición estigmatizada y madura a base de contratiempos.
Pero esto era serio, era un grito de pleitesía de una bestia indomable que sucumbía al embrujo del azul y amarillo y no desaprovechaba la oportunidad de defender lo que marcaba su territorio, ante cualquier enemigo que quisiera invadirlo.
Hace ya 15 años que el rugido del tren del gol no deja ondas a su paso, pero todavía cada día de partido, cada uno de nosotros de forma inconsciente escucha el rugir de aquel coloso en su inteior, advirtiéndonos que algo bueno está a punto de ocurrir.
Siempre eterno tren del gol