La muerte de Diego ha irrumpido como un océano de lágrimas dentro del corazón de generaciones que crecieron y amaron a este deporte con él.
La Mano de Dios deja huérfanos de sentimientos a todos esos hombres que una vez fueron niños, que jugando en la calle, tataban de imitar cada regate y cada desborde del Pelusa.
Hoy, el fútbol es menos fútbol y las puertas del Olimpo se abren de par en par para recibir al que fuese embajador de Dios en la cancha.
Hasta siempre 10, hasta siempre Diego.